Un cambio en nuestras cárceles

Durante siglos las prisiones fueron jaulas oscuras, de gruesos muros, altas vallas y puertas pesadas, donde el hambre y la enfermedad ejecutaban una particular pena de muerte. Se privilegiaba el castigo, la condena social. El siglo XX trajo otra visión: la cárcel, lugar de rehabilitación y reinserción social. Nuestra Constitución lo establece: «Las cárceles serán sanas y limpias, para seguridad y no para castigo». Mandato incumplido.

El proyecto Prision of the Future , de la Unión Europea, en Holanda redujo a la mitad los presos de principios del milenio. La Argentina los incrementó un 100% y el Gobierno decretó la emergencia penitenciaria. Finlandia es el caso más notable: celdas limpias, espaciosas, sin rejas, mucha luz, mobiliario, calefacción y baño privado, sauna, yoga, gimnasio, biblioteca e iglesia. Un detenido allí expresó: «Aquí las condiciones son buenas. Te cuidan, te dan trabajo. Tengo libertad para salir de mi celda e ir a otras instalaciones. Hago deporte. Preparo mi comida en una cocina impecable y compro lo que deseo en la proveeduría. Ahora soy mejor persona, aprendí. Solo sufro el no estar libre».

Un argentino, al cumplir este año su condena, decía: «En una celda para dos vivíamos seis. Varios dormían en el piso. La mitad de mi condena fue en Olavarría, bajo un régimen nazi. Solo tenía una hora de patio. Me pasaba llorando y hablando con Dios. Hay pibes que no lo soportaban y se suicidaron. En 2016 me trasladaron a San Martín, donde conocí a Espartanos, con los que practicábamos rugby. Mi vida tuvo un giro, vi la oportunidad de cambiar y lo hice. Allí no había robos ni facas. Se respetaban los valores del rugby».

Eduardo Oderigo, exjugador del San Isidro Club, abogado penalista, armó en 2009 un equipo en la cárcel de San Martín y luego creó la Fundación Espartanos. Con rugby, educación, trabajo y espiritualidad, bajó la reincidencia delictiva del 65% a menos del 5%, en 57 cárceles de 19 provincias, sobre un total de 301. También logró que 60 empresas den trabajo a exreclusos.

El Grupo de Diarios América informó en 2017 que nuestras cárceles son «escuelas del crimen». La Procuración Penitenciaria de la Nación, organismo de control creado en 1993 para proteger los derechos del detenido, interpela el castigo. Su titular, Francisco Mugnolo, escribió en 2004: «En el encierro, hombres y mujeres son tratados con la más cruda de las violencias». Por la persistencia de torturas y maltratos, dijo este año: «Las cárceles argentinas son la entrada al infierno; debe crearse un sistema que rehabilite al detenido». Finlandia, al insertar laboralmente al liberado bajó la reincidencia, lo cual contribuyó a que sea el país europeo con menos presos: 52 cada 100.000 habitantes.

La Argentina: 194 cada 100.000 habitantes. Los cambios en Finlandia incrementaron la seguridad; tiene la menor cantidad de policías en Europa: 149 cada 100.000 habitantes. La Argentina: 803 cada 100.000 habitantes. Viktor Frankl (1905-1997), psiquiatra vienés discípulo de Freud, trascendió a su maestro al crear la logoterapia. La diferenció del psicoanálisis al sostener que la culpa proviene de una decisión personal, que puede cambiarse para ser de otra manera y dar sentido a la vida. Frankl fue prisionero en Auschwitz (1944) con sus padres, esposa y un hermano, que murieron en el campo de concentración o en cámaras de gas. En 1964 visitó la cárcel de San Quintín (San Francisco), donde vio a Aaron Mitchell, última víctima de la cámara de gas. La logoterapia en cárceles se aplicó en varios países. En el nuestro se creó la Fundación Argentina de Logoterapia, la Fundación Centro de Logoterapia y Análisis Existencial, y otras. La psicóloga Lucía Copello, en su libro Logoterapia en cárceles, dice que esta visión es la más idónea para abordar nuestra problemática penitenciaria, «pues la rehabilitación y reinserción social es escasa, por no decir nula». Francisco Bretones la aplicó en la cárcel marplatense de Batán, con buen resultado.

El papa Francisco dijo a Espartanos: «Lo grave no es caer, sino permanecer caído». El rugby o dar sentido a la vida levantan al caído. Educar, no castigar: el agente penitenciario cuidará la unidad; el maestro, al detenido. Cambiar el lenguaje: persona privada de libertad, no reo; escuela de rehabilitación, no cárcel. En Finlandia llaman alumno al joven detenido. En la Argentina hay unos 10 millones de escolares y 95.000 presos; población menor y necesitada -en su mayoría- de ser incluida en el sistema educativo. Sin demoras.