Testimonio de Lanza del Vasto

En 1977 entrevisté a José Juan Lanza del Vasto en la revista Papiro que yo dirigía. Nacido en Sicilia, de padre italiano y madre belga, solía venir a la Argentina por su amistad con Victoria Ocampo y Adolfo Fernández de Obieta, hijo de Macedonio Fernández y propulsor de la no-violencia. Escogió la pobreza a pesar de vivir en una familia de altos recursos. Transcribo el testimonio que nos dejó, por constituir una interesante inteligencia frente a las guerras:

 

“Por los años 30 comenzó todo esto en mi vida, cuando me convertí a mi propia religión. Si me decían ¿sois cristiano?, respondía que sería presuntuoso decirlo, pero trato de serlo.

“Al promediar la década del 30, la guerra se aproximaba y me vi llevado a reflexionar sobre sus causas, ya que estas cosas no caen del cielo. ¿Qué cosas hay en nuestra sociedad que merecen la plaga de la guerra?, me preguntaba. Se alegaban odios nacionales, necesidades económicas, pero estas explicaciones me parecían pueriles. Yo no participaba de la idea personal de tomar las armas. Si me hubieran llamado a empuñarlas no lo hubiera hecho. Por una coincidencia feliz, ser flaco y alto, no ingresé al ejército.

“Entre los años 30 y 34 comencé a pensar en Gandhi y a querer profundizar su doctrina. Lo conocí a través del libro de Romain Rolland, que había leído cuando tenía 20 años y me había conmovido. Tuve ocasión de ir a la India y fui a verlo. Pero allí encontré que mi vocación no era permanecer junto a Gandhi sino volver y hacer algo aquí, en Occidente. Retorné y advertí que en Europa nadie se interesaba en lo que a mí me interesaba. Tomé así, de nuevo, la carretera y me fui a pie a Tierra Santa, por un año, a reflexionar sobre lo que había que hacer.

“Luego me casé y con mi mujer Chanterelle fundamos en Francia la Orden Patriarcal del Arca. Aplicar la no-violencia a todos los planos y situaciones de la vida, es objeto principal del Arca. Se trata de aplicarla en la vida menuda de cada día, para así comprender que si todos vivieran no-violentamente no habría guerras. No se trata de aplicar la no-violencia ocasionalmente, sino en todo y todos los días. Y también concebir y practicar una educación, una economía, una medicina y hasta una defensa no-violenta.

“La Iglesia ha dado grandes e inesperados pasos sobre la cuestión de la guerra desde el Concilio Vaticano II. La encíclica Pacem in terris de Juan XXIII y los documentos conciliares sobre el tema, si no fueron completamente satisfactorios, son pasos considerables que responden a nuestras esperanzas y exigencias. Sin embargo, especialmente en Sudamérica, una nueva versión de la vieja tesis de la guerra justa, es la capciosa justificación de la guerra revolucionaria. Algunos sacerdotes, particularmente jóvenes, participan de esta posición.

“Me preguntan sobre la violencia en la Argentina y digo que, como remedio, debe predicarse la no-violencia y tratar de remover las causas de la violencia. La guerra se muestra como una exaltación del espíritu justiciero. Pero en orden a las justificaciones, cada uno de los que toman las armas parece tener razón. Unos para voltear todo buscando un mundo fraternal, otros para mantener el orden constituido creyendo conservar un mundo equilibrado. Los dos están convencidos de obrar por la justicia; pero en ambos obra la justicia de devolver mal por mal.

“La no-violencia no es la indiferencia pasiva, no es abandonar la defensa, sino renunciar a ofender bajo el pretexto de defender, es decir, renunciar a duplicar el mal so pretexto de detenerlo, pues así entramos en la cadena del mal, cuyo último eslabón es la muerte.”