Mario Albornoz, creador del único y más relevante anuario estadístico nacional e internacional de ciencia y tecnología, hizo una reflexión sobre los caminos que deben transitarse desde el laboratorio científico a la industria, es decir, la clásica relación universidad-empresa. Afirma que lograr que los conocimientos innovadores se apliquen y lleguen a quienes los demandan es un desafío de la política científico-tecnológica, particularmente difícil en los países en desarrollo por las limitaciones de recursos y las características de sus sistemas productivos.
En la Argentina predominó, durante décadas, una ciencia mayormente académica, básica, que no miraba los pasos subsiguientes que hoy se conocen bajo la sigla I+D (Investigación+Desarrollo), denominación acuñada en los años ´60 por la OCDE (Organización para la Cooperación y Desarrollo Económicos), cuando observaba que la inversión en I+D –o sea en conocimiento– generaba el desarrollo de las principales economías del mundo.
Fue un científico, Lino Barañao, que llegó a ministro de Ciencia de la Nación bajo dos gobiernos, uno de los mayores impulsores de que la ciencia no se limite a los conocimientos académicos, sino que avance en su transferencia a las empresas para que lleguen a los ciudadanos. Esto es I+D: Investigación básica y aplicada de universidades e instituciones científicas, más Desarrollo experimental que ejecutan las empresas para lograr un producto innovador, de alto valor agregado, exportable. Por eso los países más avanzados tienen grandes industrias que permiten subsidiar al campo, que produce materias primas de menor valor agregado. En la Argentina, a la inversa: las industrias decayeron y decaen, y el Estado, y hasta el país, podríamos decir, viven del campo, cada vez más extenuado.
Precisamente el último anuario estadístico creado por Albornoz (Red de Indicadores de Ciencia y Tecnología 2022), muestra el porcentaje del PBI que invierte cada país en I+D, teniendo en cuenta que a mayor inversión, mayor crecimiento. En la última medición que registran (2020) nuevamente Israel tiene el mayor porcentaje: 5,44% del PBI. Le siguen Corea del Sur (4,81%), Estados Unidos (3,45%), Japón (3,27%), Alemania (3,13%), Finlandia (2,91%) y China (2,4%). El promedio de América Latina y el Caribe es 0,65%. La Argentina está por debajo: 0,52%. Brasil, primera economía latinoamericana y entre las primeras del mundo, es el único de la región que invierte más del 1% del PBI en I+D: 1,17%. Estados Unidos, primera economía mundial, es el que más aporta por tener el PBI más alto. Lo sigue China, segunda economía mundial.
Otra estadística preocupante para el país, que muestra la muy baja relación universidad-empresa, es la que exhibe el porcentaje que aportan nuestras empresas del total invertido en I+D. Estados Unidos encabeza el ranking: sus empresas invierten más del 60%; el gobierno el 23,6%; el resto universidades y fundaciones. En la Argentina, también a la inversa: el gobierno aporta casi el 60% y las empresas, 23,4%. Las de Brasil y Colombia lideran la región: invierten respectivamente 43,2% y 40,6%. Cuanto mayor es el aporte gubernamental crece la capacidad científica, como en nuestro país. Pero sin transferencia del conocimiento a las empresas, no hay crecimiento.
El Banco Mundial criticó “la muy baja inversión de las empresas argentinas en I+D, su escasa cultura innovadora”. Aunque empresas muy innovadoras, como Mercado Libre y otras, se han ido y se están yendo del país por el marco económico y social que las desestimula.