El profesor Lester Salamon dirigió un estudio mundial sobre las organizaciones del Tercer Sector. Cuando presentó el referido a la Argentina –cuya sociedad civil es la más grande de América Latina– fue invitado por LA NACIÓN a exponerlo en abril de 2001. Salamon dirigía el Centro de Estudios de la Sociedad Civil, en la Johns Hopkins University de Estados Unidos. Ante un vasto auditorio indicó que nuestro Código Civil establecía como figuras legales las de fundación y asociación civil. Se preguntaba por qué las llamamos ONG (organizaciones no gubernamentales), término que no está en ningún código o normativa de los más de 40 países de todos los continentes que abarcó su estudio, publicado en un libro.
En 1995 se creó en la Argentina un organismo estatal que registra, promueve y capacita a fundaciones, asociaciones civiles y otras entidades. Su primera directora, Beatriz Orlowski de Amadeo, cuenta que viajó por el país para consultar sobre su denominación. El nombre ONG no tenía consenso, se lo veía originado en otra lengua y se entendía que no expresaba la realidad del sector. Así decidió llamarlo Centro Nacional de Organizaciones de la Comunidad (Cenoc).
Es cierto que el origen de ONG proviene de otra lengua, y esto fue adecuado: en 1948, tres años después de crearse la Organización de Naciones Unidas (ONU), se constituyó en su seno la Conferencia de Organizaciones No Gubernamentales, conocida por su sigla en inglés CoNGO (Conference of Non-Governmental Organizations). Agrupaba a las organizaciones que trabajaban en la ONU sin pertenecer a algún gobierno o Estado miembro, por lo que se las distinguía correctamente como no gubernamentales.
Por esa época, el Banco Mundial denominó de igual manera a las asociaciones y organizaciones de cooperación para el desarrollo. El término comenzó a difundirse por el mundo, especialmente en América Latina, cuando gobiernos europeos impulsaban programas de desarrollo a través de dichas organizaciones. Pero Bolivia consideró inadecuada tal denominación, y eligió llamarlas Instituciones Privadas para el Desarrollo Social.
Los nombres deben designar lo que las cosas son. Si al primer sector y al segundo lo identificamos con el nombre de quienes lo representan –Estado y empresas– ¿por qué a las organizaciones del tercer sector debemos identificarlas negativamente, por lo que no son? No llamamos a la mujer un no varón o al animal un no humano. Además, el término ONG es ambiguo, pues las empresas también son organizaciones no gubernamentales.
En línea con la denominación negativa suele utilizarse el término sin fines de lucro, donde la ambigüedad persiste, pues el Estado tampoco persigue el lucro. Sería redundante que a las empresas las denomináramos con fines de lucro, y por eso no lo hacemos. El sacerdote Rafael Braun sostenía en un artículo que tituló “¿Sin fines de lucro?” (LA NACIÓN 30/5/98), que tal designación no era apropiada pues lo principal en las organizaciones filantrópicas es la promoción del bien público. Una institución que promoviera el consumo de cocaína o el odio racial –decía Braun–, aunque no tuviera fines de lucro, no estaría encuadrada en el sector. A esta acertada reflexión agregamos que acentuar la finalidad no lucrativa hace pensar que las organizaciones de la sociedad civil no tienen que ver con el dinero, cuando la utilidad económica es necesaria para los tres sectores. Otra cosa es el lucro, o sea, la distribución de ganancias a personas, para lo cual las fundaciones y asociaciones civiles están inhibidas.
“No gubernamental” y “sin fines de lucro” no agregan valor ni son sustanciales. Denominemos al sector de manera positiva: Instituciones de Bien Público (IBP) sería una forma; Organizaciones de la Sociedad Civil (OSC) es la más usada y difundida. En la Argentina se creó en 2012 la Confederación de la Sociedad Civil –máxima representación legal del sector– que precisamente adoptó esta denominación. Nombrar a cada organización por lo que es lo correcto, aunque hay excepciones: el término universidad, por ejemplo, se utiliza en las privadas, por sobre la persona jurídica que la sustenta, fundación o asociación civil. Pero nadie diría que se graduó en una ONG.
Las palabras son otro lugar donde habita la realidad. Borges lo decía en los versos de “El Golem”: “Si, como el griego afirma en el Cratilo/el nombre es el arquetipo de la cosa/en las letras de rosa está la rosa/y todo el Nilo en la palabra Nilo.