Respuestas ante el gasto militar récord

En abril pasado, la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) celebró en Washington –ciudad donde nació– los 70 años de su creación, bajo la presidencia de Harry Truman (1949). Formada por 12 países (los Estados Unidos, Canadá y diez europeos) se transformó en la mayor alianza militar del mundo, con 29 países miembros, siempre de América del Norte y Europa. Constituida en los albores de la Guerra Fría frente a la URSS, extendió luego su acción contra el terrorismo y para intervenir en conflictos internos de los países miembros.

El presidente Donald Trump amenazó con retirarse si los países no elevaban la cuota anual al 2% de sus PBI. Lo hicieron Gran Bretaña, Grecia, Estonia y Letonia; se acercaron Polonia, Lituania y Rumania. El secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, visitó a Trump tras la cumbre de ministros realizada por el histórico aniversario. Le agradeció “su intenso compromiso con la
alianza” y “su liderazgo en el reparto de la carga”. Luego declaró: “La OTAN es una alianza fuerte, pero para seguir siéndolo los aliados tienen que invertir más en defensa”.

Coincidentemente, en abril último, se dio a conocer el gasto militar mundial del año pasado. Fue el más alto de la historia: US$ 1,8 billones, US$ 83.000 millones más que en 2017. Es el tercer año consecutivo que crece. La OTAN insumió el 53% de ese monto: US$ 963.000 millones.

En 2018 Trump incrementó el presupuesto de defensa de los Estados Unidos: US$ 649.000 millones (36% del total mundial). Es el mayor del mundo y superior al del conjunto de los siete países que le siguen. China, segunda en el ranking, lo aumentó un 5%: US$ 250.000 millones (14% del total mundial). Arabia Saudita, India y Francia ocupan los puestos siguientes.

Ante tamaña carrera armamentista, organizaciones del mundo expresaron sus críticas. En España –que ocupa el puesto 16 del gasto militar, a pesar de su situación económica con alto desempleo– el Centro Delàs de Estudios por la Paz indicó que esta “agresiva y anticuada política internacional, se basa en la amenaza y desconfianza entre naciones, aliadas o rivales”. El país hispano es el séptimo exportador de armas y tiene como cliente preferencial a Arabia Saudita. El Instituto de Estocolmo
para la Investigación de la Paz también criticó los altos presupuestos militares “frente a tantas necesidades y desigualdades humanas”.

El ex presidente de Costa Rica, Oscar Arias, reiteró que “la carrera armamentista refleja la incapacidad de los gobernantes para derrotar el hambre y la pobreza, y en muchos casos está dirigida a combatir fantasmas y espejismos”. El 1° de diciembre de 1948, el presidente de ese país, José Figueres Ferrer, abolió la fuerza militar: “No quiero un ejército de soldados –dijo– sino de  educadores”.

En 1986, bajo su presidencia, Arias decretó esa fecha como Día de la Abolición del Ejército, que en 2018 celebró 70 años. Por sus posturas frente a la guerra, Arias mereció el Premio Nobel de la Paz. Costa Rica tiene un Ministerio de Seguridad Pública que vigila costas, espacio aéreo, realiza control de drogas y protección ciudadana. Veinte países hacen lo mismo, sin fuerzas armadas propias, entre ellos Islandia, Liechtenstein, Mónaco, Andorra y Granada.

La Unesco declaró hace unos años que “a la tentación de recurrir a la fuerza, se impone la búsqueda de soluciones negociadas”. O sea, la vía diplomática por sobre la militar. Y Nelson Mandela  aconsejaba: “Si quieres hacer las paces con tu enemigo, trabaja con él. Entonces se vuelve tu compañero”.