Premio Nobel de Economía 2018: lecciones para la Argentina de hoy

El economista estadounidense Paul Romer fue nominado varias veces como Premio Nobel de Economía. La Real Academia Sueca de Ciencias se lo otorgó finalmente este año. Lo compartió con el compatriota William Nordhaus. Ambos estudiaron, aunque separadamente, la cuestión del crecimiento económico. Para Romer (New York University) la economía del conocimiento es la que mejor lo impulsa, pues el conocimiento no tiene fronteras. Para Nordhaus (Yale University), en cambio, la naturaleza es una frontera, por las consecuencias conocidas: el cambio climático; antes de Nordhaus economía y medio ambiente se analizaban en forma separada; él las entrelazó y creó la economía del cambio climático. Dos visiones contrastantes, la de Romer y la de Nordhaus, pero necesarias.

Por el carácter de esta columna, reflexionaremos sobre Romer, por cuyos trabajos el diario La Nación indicó que debían ser tenidos en cuenta en la Argentina de hoy. Es interesante recordar cómo surgió la vocación de Romer. El economista Max Roser tuiteó la mañana en que la Academia Sueca lo premió: “Paul Romer me dijo que fue un gráfico lo que lo llevó a estudiar economía. Él observó esta línea y se preguntó cómo algo así había sido posible. Hoy ganó el Premio Nobel por su contribución a responder a esta pregunta.” Roser se refería a la línea que marcaba la evolución del PBI per cápita en el Reino Unido, desde 1270 a la fecha. Durante siglos el Imperio británico encabezó el crecimiento económico (1300-1900). En el mundo, la línea fue semejante: entre 1300 y 1819 el crecimiento fue lento y esporádico, a un promedio anual de 0,21%; entre 1820 y 1949, el auge industrial aumentó el promedio a 1,10%; tras la Segunda Guerra Mundial el crecimiento superó el 2% anual. Así, el desarrollo económico que despegó en el siglo XIX se aceleró de manera excepcional en la segunda mitad del siglo XX. ¿Qué ocurrió en este período? El conocimiento innovador fue la causa fundamental. Esta es la respuesta de Romer. En 1986 presentó un modelo de crecimiento a largo plazo, impulsado principalmente por la acumulación de conocimientos (knowledge), a través de procesos de Investigación y Desarrollo (I+D) donde el conocimiento crecía sin límites. Los cambios tecnológicos que así se logran, afirmó, son la base del crecimiento económico. En 1996 la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos) acuñaba el término “economía del conocimiento” para identificar y describir a las naciones industrializadas que utilizaban el conocimiento como factor clave para el desarrollo económico. Romer sostiene que, en muchos países, los economistas no dedican la suficiente atención a ello, para alcanzar un más rápido crecimiento. Ponen mayormente el acento en una sociedad de fábricas que producen objetos físicos, en vez de una sociedad basada en el conocimiento, con una economía capaz de crear empresas que se valgan de la I+D. “Como factor de crecimiento –agrega Romer– el conocimiento ha desplazado a la fabricación de objetos físicos.” Entre 1986 y 1990 publica dos artículos que concentraron las miradas de la academia: afirmaba que la innovación tecnológica y la inversión en I+D eran el motor del crecimiento. Finalmente Romer destaca, como pocos, un valor de las grandes ciudades. “En las ciudades más grandes hay más generación de conocimientos”, dice. Y concluye: “Cuando se mira para atrás nos damos cuenta de la importancia del desarrollo urbano, pues predominaba la pobreza.” Importante para la Argentina de hoy escuchar a Romer, sin descuidar lo indicado por Nordhaus.

Revista Criterio, 2019