No hay que apoyar a la ciencia

El título de este artículo puede parecer contradictorio. Pero no lo es. La indicación pertenece a Marcelino Cereijido, doctor en Medicina (UBA) con un posgrado en Harvard, profesor de Fisiología Celular y Molecular en México e investigador emérito de ese país. Autor de cientos de artículos y de varios libros –La nuca de Houssay y La ignorancia debida entre los más reconocidos– es crítico de los países del Tercer Mundo que no se valen de la ciencia para progresar y desarrollarse.

“Un gobierno latinoamericano –dice Cereijido– puede mover su maquinaria diplomática para que un militar acusado de torturador o genocida que visita Europa sea atrapado, o fletar un avión para regresarlo a su patria, pero no hace absolutamente nada para repatriar (y emplear) a miles de sus científicos exiliados en el Primer Mundo. Ello ocurre porque esos gobiernos saben muy bien para qué sirven los torturadores y genocidas, pero no tienen la menor idea de qué es un científico ni cómo ensamblarlo en la sociedad”.

¿Cómo se entiende que quien ha escrito y difundido el valor de la ciencia, indique que no hay que apoyarla? Cereijido expresa que frecuentemente se les dice a los investigadores que tengan paciencia, que ya los van a apoyar: “Mientras el Primer Mundo se apoya en la ciencia, el Tercero habla de apoyar a la ciencia”. Con sabiduría, explica: “Cuando compramos pan o tornillos, no lo hacemos para apoyar a los panaderos o ferreteros; cuando me opero de la vesícula, no lo hago para apoyar a mi médico. La promesa de apoyar a los investigadores es una pueril maniobra que sólo intenta consolarlos o quitárselos de encima, como si nadie necesitara del pan ni supiera para qué sirven los tornillos”.

Cereijido entiende que lo que distingue al rico del pobre no es el dinero, sino las ideas que tiene en la mente. Esa disparidad la genera la ciencia moderna, que muestra un Primer Mundo que investiga, innova, crea, produce y vende a un Tercer Mundo que se comunica, viaja o se cura con tecnologías, vehículos y medicamentos ideados por el primero. La situación económica de estos países es coherente con la respuesta que dan sus gobernantes a los universitarios que proponen desarrollar una ciencia moderna: “Ahora tenemos problemas graves y urgentes, pero prometemos que, en cuanto los resolvamos, apoyaremos a los investigadores”. Para Cereijido nuestros gobiernos ignoran que una de las funciones de la ciencia es resolver problemas; más aún, la mayoría de los problemas requieren que se recurra a la ciencia, por lo que optar por la ignorancia es una garantía de que no se resolverá ninguno. Recuerda que hasta hace pocos siglos el 15% de los niños moría antes de cumplir los tres años y que quien contraía una apendicitis aguda, fallecía; los dientes se pudrían en la boca; los alimentos se descomponían fácilmente y era común que la gente muriera envenenada en sus casas. Con sólo imaginar cómo se vivía en la Edad Media, advertiríamos la diferencia entre el “entonces” y el “ahora”.

En sus visitas al país, Cereijido nos advierte que mientras en el Primer Mundo “aprendieron a aprender”, la Argentina va quedando atrás, muy atrás; no tiene un sistema educativo-científico-tecnológico-productivo por lo que habría que construirlo rápidamente, y el conocimiento depende mayormente de presupuestos oficiales, en virtud de los cuales no sería más que ignorancia financiada. Para Cereijido, la Argentina comparte el analfabetismo científico del Tercer Mundo de apoyar a la ciencia en vez de apoyarse en la ciencia.

Criterio, julio de 2017