Estadística para crecer

El economista, ingeniero y sociólogo Alejandro Bunge (1880-1943) fue nuestra mayor autoridad en estadística y un visionario de la economía del conocimiento. Dirigió los primeros organismos estadísticos del país. Consideraba la estadística una ciencia social en que la economía veía la realidad, sin omitir u oscurecer los datos que personas idóneas debían confeccionar. Con ellos y otros que formuló (costo de vida, precios, salarios), observó que tras 30 años de progreso económico (1878-1908) hubo 15 de paralización (1909-1923). «Nuestra economía -decía- es una sumisión a las grandes potencias, que nos compran materia prima barata y nos venden manufactura cara. La fuente de la riqueza no puede estar solo en tres o cuatro cultivos y en el ganado; las industrias estimulan el progreso de las ciencias: de la química, la física, las matemáticas, las ingenierías, conocimientos todos requeridos para crecer.»
Se anticipó así a los países de la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económicos (OCDE), que en 1963 decidieron medir la inversión en investigación y desarrollo (I+D), base de la economía del conocimiento. Reunieron a estadísticos en Villa Falconieri de Frascati (Italia), cuyo fruto -el Manual de Frascati– estableció normas de medición y definió la I+D como la generación de conocimientos científicos para que la industria produzca alto valor agregado, riqueza. El manual y sus actualizaciones fueron tenidos en cuenta por los países de la OCDE para diseñar sus políticas de crecimiento.
El Grupo Redes, asociación civil argentina, confecciona desde hace casi 25 años dicha estadística de los países iberoamericanos y de EE.UU.-Canadá, las naciones americanas que más invierten en I+D. Creada por el filósofo Mario Albornoz, experto en política científica e investigador del Conicet, cuenta con profesionales y 28 instituciones de América y la Península Ibérica que proveen información a la Red de Indicadores de Ciencia y Tecnología (Ricyt). La Unesco y la OEA apoyaron la iniciativa y la Organización de Estados Iberoamericanos es su principal sostén.
La Ricyt muestra series estadísticas desde 1990 ( www.ricyt.org) y en su anuario impreso comenta la evolución o involución de cada una, país por país, por períodos de 10 años. La edición 2018 trae 34 indicadores (década 2007-16) que permiten conocer: los diferentes PBI y población; quién invierte en I+D (gobierno, empresas, universidades y fundaciones); campos de aplicación y disciplina científica que ejecuta la I+D; patentes propias y extranjeras con la consecuente autosuficiencia o dependencia económica de cada país; número de científicos; publicaciones cada 100 investigadores, y otros datos comparativos de importancia. Así como se requiere información para implementar políticas de energía, agroindustria o salud, ignorar la estadística de ciencia y tecnología demora decisiones con consecuencias en el desarrollo económico y social. La Argentina ignoró el Manual de Frascati y no consulta la Ricyt, aunque felizmente acaba de sancionar una ley de economía del conocimiento que debería mejorar nuestros muy malos indicadores.
El anuario Ricyt 2018 analiza la economía de la región. El PBI de América Latina-Caribe (ALC) creció en 2007-16 un 42%, pero la inversión en I+D sigue en baja: 3,1% del total mundial; solo mejor que África (2,2%) y muy por debajo de EE.UU.-Canadá (26,7%). Iberoamérica invierte en I+D el 0,77% de su PBI y ALC, el 0,67%. Portugal y Brasil sobresalen: 1,29% y 1,28% de sus respectivos PBI en 2016. España, 1,19%, y el resto de los países, menos de 0,60%. La Argentina: 0,53%. Los países de la OCDE: 2,34%. Nuestra dirigencia política desatendió la incidencia del conocimiento en el desarrollo económico.
Un aspecto alarmante en la región es la baja inversión de las empresas en I+D, causa principal de crecimiento. En países desarrollados invierten del 50% al 75% de la I+D. En 2016, en Iberoamérica: 38,5%; en ALC: 34,8%. La Argentina descendió del 29,3% (2007) al 18,2% (2016); nuestro gobierno invierte la mayor parte (73,1%) y los científicos siguen solicitándole más fondos. El gobierno de Estados Unidos aportó el 25,1% y las empresas, 62,3% (2016); por eso el país crece, mientras la Argentina decrece por falta de empresas innovadoras. Otro dato importante es nuestra baja protección del conocimiento (patentes), por lo que investigaciones relevantes las explotan otros países. Es hora de atender la estadística -como señalaba Bunge hace un siglo- para crecer.