El fútbol es un deporte muy saludable. Desarrolla habilidades físicas y mentales, con reglas que indican un ganador y un perdedor. Gana quien ha entrenado mejor sus habilidades. Y gana quien pierde, si manifiesta una habilidad mayor: el reconocimiento de la propia limitación y de la superioridad del otro. Esta habilidad sirve para momentos difíciles. El fútbol enseña así conductas desde la primera edad.
El escritor y periodista uruguayo Eduardo Galeano decía que a medida que el deporte se industrializa, destierra la belleza y la alegría del jugar porque sí. Afirmaba: «El fútbol será deporte cuando lo vean 11 y lo practiquen 100.000». La sabia reflexión surge cuando el fútbol es fuente de violencia, muertes, destrozos, represión y corrupción, como en la Argentina.
Ante esta situación, aficionados crearon en 2006 la asociación civil Salvemos al Fútbol (SAF). Con estadística, analizaron políticas correctivas de otros países preguntándose por qué no se aprovechan. Hablaron con dirigentes políticos, de clubes, legisladores, futbolistas, aficionados y policías. El exjuez Mariano Bergés, que investigó a la barra brava de Boca, preside SAF. Es vicepresidente el sociólogo (UBA) Diego Murzi, que obtuvo un máster en ciencias sociales en París; su tesis doctoral fue sobre la violencia en el fútbol y políticas de seguridad.
Las barras son el principal actor violento, pero no el único: violentos son espectadores que arrojan objetos, hinchas de un mismo equipo y futbolistas de distintos equipos que se pelean, o policías cuando reprimen
La estadística que confeccionó SAF alarma. En 1922-1983 murieron, en promedio, dos personas al año por hechos de violencia. En 1984-2017 las muertes se triplicaron, al ser seis por año: fallecieron 210 personas. En 2006-2018 se registraron 705 hechos de violencia. SAF investigó su origen: el 59% lo causaron barras bravas; el 41%, aficionados comunes, futbolistas y policías. En cuanto al lugar, el 43% ocurrió en los estadios, el 17% en sus inmediaciones, el 32% fuera del marco de un partido, el 8% se desconoce. Las barras son el principal actor violento, pero no el único: violentos son espectadores que arrojan objetos, hinchas de un mismo equipo y futbolistas de distintos equipos que se pelean, o policías cuando reprimen.
El caso de Inglaterra es paradigmático. En 1960 surgieron los hooligans, hinchas que causaban serios desmanes en los estadios. Según estudios, su accionar expresaba una rebeldía por las normas sociales dominantes; canalizaban su rabia a través de una masculinidad joven, agresiva y excitante. Hasta 1985 se los controlaba con efectivos y cámaras de seguridad, en tribunas separadas. Dos tragedias ocurridas ese año y otra en 1989, en Inglaterra y Bélgica, que causaron 191 muertos y más de 1300 heridos, dieron lugar a una reforma del fútbol inglés basada en el Informe Taylor, elaborado por el ministro de Justicia, Peter Taylor. Tras un año de estudios, se analizó el hooliganism y se lo eliminó, pero haciendo hincapié en otras causas que desfavorecen el ámbito deportivo: se modificó la arquitectura de los estadios, donde ahora todos están sentados; se desplazó la policía a los perímetros; se incorporó a civiles que colaboran y acompañan a los aficionados; se quitaron rejas entre tribunas y del campo de juego; se ofrecieron medidas de emergencia y un servicio de asistencia médica. Políticas similares se aplicaron en Bélgica, Alemania, España, Colombia, Chile y Brasil.
Desde 1985, la Argentina sancionó leyes, creó organismos y destinó presupuestos sin resultados. Los incidentes y muertes en el fútbol aumentan. Para SAF, como la violencia en nuestro fútbol es vista casi exclusivamente como un problema de barras bravas, la política se concibió como un asunto policial, de «guerra» y «mano dura» contra un «crimen organizado». Se incrementaron policías en los estadios -con alto costo para el Estado- y los controles de identidad; se prohibieron el ingreso del público visitante y los puestos de comida. Medidas represivas que establecen un marco poco amigable para la concurrencia a un deporte. Pero no se ha logrado romper la oscura relación de barras bravas con cierta dirigencia política y de clubes.
SAF prefiere acciones positivas, de prevención, no represivas, para que el fútbol sea lugar de intercambio, convivencia, participación comunitaria, esparcimiento, disfrute. Políticas de otros países muestran que un estadio más seguro no es el hipervigilado y controlado, sino uno donde las personas estén a gusto y cómodas. Es la lógica donde seguridad y bienestar se acompañan.
Las instituciones del fútbol (FIFA, Conmebol y AFA) deberían aportar a este objetivo y no ser escenarios de corrupción como ha ocurrido frecuentemente.
Director ejecutivo de la Fundación Sales
Por: Arturo Prins