La sociedad del conocimiento: amenaza u oportunidad

El Economista, Madrid

«Hoy el futuro ya no es como era antes», según una conocida frase, al parecer de autoría grafitti. Y no lo es porque el crecimiento exponencial de la tecnología, junto al acceso ubicuo e inmediato de la información y el desarrollo de grandes zonas del planeta que, hasta hace poco, se encontraban fuera de los canales de crecimiento, están conformando cambios económicos, laborales, sociales, educativos, políticos y de relaciones internacionales tan fuertes, que muchos pensadores lo identifican con un punto de discontinuidad de la civilización tal como la conocemos -una singularidad de la historia como la define Ray Kurzweil.

Aunque se han utilizado muchos términos para definir esta sociedad que se nos avecina, quizá sea el de «sociedad del conocimiento» el que mejor la identifica. Algunas de sus características más definitorias son la globalización, la importancia de la información y de las comunicaciones y el creciente valor económico del conocimiento y su traducción en tecnología y bienes de alto valor añadido a través del ciclo de formación-investigación-innovación.

La integración que supone la globalización afecta a todos los campos: económico, comercial, político, cultural y lingüístico. Sin embargo, en aparente oposición a este fenómeno centrípeto, se está produciendo en paralelo otro movimiento centrífugo consistente en el resurgir de las identidades regionales y la revaloración de las tradiciones culturales, las lenguas o la religión como valores identitarios.

Comunicación e información

En lo social, la mejora de las comunicaciones y el acceso a la información producen movimientos migratorios de gran calado que, al margen de su dimensión humanitaria, obligan a una gestión de la diversidad con problemas bien conocidos, pero también con la riqueza inducida por el intercambio de valores y tradiciones.

Otra consecuencia es la exigencia creciente de la sociedad de una mayor responsabilidad e implicación en la toma de decisiones y en su supervisión a través de agentes sociales estructurados -partidos de nuevo cuño, OSC, asociaciones científicas y profesionales, instituciones educacionales- o de otros más difusos como el movimiento de indignados.

Todo lo anterior está conduciendo a sociedades con un nivel de incertidumbre desconocido en prácticamente todos los campos: empleo, seguridad, estabilidad cultural y valores, con el peligro de reacciones de miedo disfrazadas, a veces, de ideologías fascistoides. Pero, a la vez, está abriendo caminos a sociedades culturalmente más ricas, socialmente más responsables y mucho más adaptables.

Cambios tecnológicos

La economía no es ajena, en modo alguno, a estos cambios. Los aceleradísimos cambios tecnológicos están conduciendo a una dependencia cada vez mayor del nivel de riqueza de una comunidad concreta respecto de la creación, difusión y explotación del conocimiento y, con ello, a la necesidad de una inversión creciente en formación y en I+D, así como a la promoción de negocios intensivos en tecnología. El crecimiento actual de un país o región no puede entenderse a partir de los factores tradicionales de producción: capital, tierra, trabajo; sino que, en gran parte, son consecuencia de la capacidad para generar, acumular, usar y difundir conocimientos y tecnologías.

Los números no dejan lugar a dudas. El Banco Mundial calculó que los 29 países que en 1999 concentraban el 80% de la riqueza total del planeta debían su bienestar, en un 67%, al capital intelectual -educación, investigación científica y tecnológica, sistemas de información-, en un 17% a su capital natural -materias primas- y en un 16% a su capital productivo -maquinaria, infraestructuras-. Y, desde entonces, esta tendencia no ha hecho sino crecer.

Cada vez es más corto el tiempo que va del descubrimiento científico al uso generalizado del mismo, seguido de la inevitable obsolescencia tecnológica. Hay estudios que predicen que el 40% de los productos y servicios que existen hoy en día desaparecerán en cinco años y todavía no se conoce el 50% de los que para entonces surtirán el mercado.

Formación e innovación

Otras muchas cifras y tendencias apuntan también hacia esta desmaterialización de la economía e indican con igual claridad que el nivel de vida de las sociedades avanzadas depende crecientemente de su eficacia en la formación, de la calidad de su investigación e innovación, de su capacidad para la creación y mantenimiento de sistemas de almacenamiento, procesado y acceso a la información y, en fin, de su capital intelectual.

Globalización, diferenciación, desmaterialización y desectorialización son palabras de la nueva economía que caracteriza la sociedad del conocimiento. Como consecuencia, paulatina pero inexorablemente se van modificando los esquemas de la división internacional del trabajo. Así, la economía del conocimiento representa una gran oportunidad para países y regiones con pocos recursos naturales pero con recursos humanos de calidad: Israel, Dinamarca, Suiza, Corea, Singapur, son algunos ejemplos.

La consecuencia en el empleo es la demanda de nuevas destrezas y habilidades más cercanas a la capacidad de innovación que al trabajo tradicional, lo que exige, a su vez, una formación diferente, y un aprendizaje continuo. Además, la creciente democratización de las decisiones inducida por el mayor acceso a la información y la dispersión de los foros de responsabilidad exige también un nivel de formación de los individuos y colectivos que no tiene precedentes.

Como resumen, en cualquier comunidad -y España no es una excepción sino un ejemplo paradigmático-, es imprescindible abordar cambios profundos en la educación que permitan lo que podríamos denominar una nueva alfabetización tecnológica integral, que ha de ir unida a la formación cultural y de valores. Sólo así podremos llegar a hablar de una nueva sociedad adaptada a las demandas de un futuro que ya es presente.

Manuel Doblaré, director de Abengoa Research