“Hoy Brasil se conoce no sólo por su jugo de naranja, sino por las exportaciones de jets que compiten con los estadounidenses y europeos”, escribía el economista norteamericano Jeffrey Sachs en 2004, al considerar el despegue económico de Brasil como uno de los más notables de la historia del desarrollo internacional.
El país tenía un crecimiento casi nulo desde 1980, con bajas exportaciones, empresas que operaban mayormente en el mercado interno, inflación e importante deuda pública. Fue el presidente Fernando H. Cardoso quien consideró que la política de desarrollo no podía estar aislada del sistema de ciencia y técnica, que desde 1960 había incrementado su actividad y también el número de científicos pero sin incidir en la economía. Como la inversión en investigación y desarrollo (I+D) era baja, decidió impulsar una economía del conocimiento: financiar la innovación para incorporar valor agregado y competitividad al comercio internacional, con empresas nutridas de conocimientos.
En su primer mandato (1997) privatizó el sector público con inteligencia: las empresas estatales de petróleo y gas, energía eléctrica y telecomunicaciones tenían centros de I+D; al privatizarse, el Estado los retuvo; más aún, fijó que una parte de los ingresos de las nuevas empresas prestadoras financiara la I+D de esos centros. Así protegía y no enajenaba el patrimonio intelectual local, un capital social. La Argentina hizo lo contrario: privatizó YPF y desmanteló el centro de I+D en Florencio Varela, dependiendo tecnológicamente de Repsol.
En su segundo mandato (1999) Cardoso designó al ingeniero y economista Carlos A. Pacheco (profesor de la Universidad de Campinas) para que, junto al ministro de Ciencia y Técnica, Ronaudo Sardenberg, ampliara la acción. Se elaboró un conjunto de 20 proyectos de ley que el Poder Ejecutivo elevó al Parlamento con carácter de “urgencia constitucional”. En tiempo record, los bloques sancionaron por unanimidad un sistema de financiamiento para el desarrollo tecnológico, a través de un nuevo modelo: los fondos sectoriales en grandes áreas de la economía.
El primer fondo fue el de Petróleo y Gas (1999), que inspiró el de Energía Eléctrica (2000), Telecomunicaciones (2001) y luego los de Transportes, Recursos Hídricos, Minerales, Actividades Espaciales, Informática, Salud, Agronegocios, Biotecnología y Aeronáutica. A estos doce se sumaron el Fondo Verde Amarelo, el más importante pues no es sectorial y promueve la relación universidad-empresa, y el Fondo de Fondos que da infraestructura de investigación a los fondos sectoriales. Brasil fue así el primer país latinoamericano que alcanzó el 1% de inversión del PBI en I+D: 1,04% (2000) y 1,24% (2012); la media latinoamericana es de 0,74%; la Argentina no llega al 0,60%. También se incrementó la inversión en I+D de empresas, que aportan el 43,1% del total (Argentina: 21,3%). Brasil es la primera economía latinoamericana y la séptima del mundo.
Cardoso concluyó su mandato en 2002. Pacheco vino en 2003 a Buenos Aires a explicar lo realizado. Personalmente lo visité en 2004, en la Universidad de Columbia, donde se desempeñaba. Presidía Brasil Luis Inacio Lula da Silva. A su juicio, Lula continuaba la acción de Cardoso –era una política de Estado– pero con cierta lentitud. De allí en más la historia es reciente. La corrupción sin límites generó una crisis político-económica, que Cardoso calificó “de muy difícil salida”.
La economía, por notable que haya sido, se torna compleja cuando surge una profunda crisis moral.
© Criterio, 2016