No sigamos haciendo lo mismo

A fines del siglo XIX, la generación del 80 planificó una política agroexportadora que ubicó a la Argentina entre los primeros países del mundo. Eran los tiempos del centenario.

Mientras disfrutábamos de nuestra condición de granero del mundo, entre las dos guerras, varios países capitalistas y la Unión Soviética desarrollaron una nueva forma de economía que incorporaba el conocimiento en la producción. Nuestro premio Nobel Bernardo Houssay advertía: «Los países latinoamericanos son aún atrasados en este terreno» (1934).

Tras la Segunda Guerra, aquellos países vendían tecnologías de alto valor agregado, que les producían crecimientos asombrosos. La Argentina, detenida en su belle époque , mostraba en los manuales escolares que en su extenso y rico territorio cabía toda Europa. El país centro del mundo mereció la crítica de Houssay: «No debemos vivir en el error absurdo y dañino de seguir creyendo que somos el granero del mundo, que nuestras tierras son inagotables, que los europeos se morirían de hambre sin nosotros. Sin un rápido desarrollo científico, viviremos pobres» (1960).

Nadie lo escuchó, y la falta de crecimiento hizo crónicos nuestros déficit, que cubrimos con emisión monetaria y préstamos. Consecuencias: hiperinflación y default, que provocaron la caída de tres gobiernos. Houssay ya no vivía, pero sus palabras adquirían vigencia: «La Argentina era un exportador de productos agropecuarios, y eso nos traía riqueza. Ahora exportamos científicos, lo que nos empobrece» (1966).

Si una nueva generación nos gobierna, esta realidad no debería soslayarse. Sin embargo, los discursos no expresan que el conocimiento vaya a ser motor de la economía, ni se observan caminos de crecimiento para salir de la crisis. El objetivo de duplicar la riqueza cada quince años es insuficiente para afrontar nuestra inmensa deuda y mejorar la educación, la salud pública, la seguridad y el desarrollo social.

Lecciones de Asia y Europa

Los cuatro «tigres asiáticos» (Corea del Sur, Hong Kong, Singapur y Taiwan), que estaban entre los países más débiles, cuadruplicaron sus riquezas en quince años, tras una audaz apuesta por el conocimiento. Corea fue notable: sin recursos naturales, pasó de un ingreso per cápita de 155 dólares (1960) a ser la undécima economía del mundo y el decimotercer exportador.

El economista Jeffrey Sachs decía en un reciente reportaje en LA NACION: «Entendí mejor a América Latina cuando la comparé con Asia, más decidida al desarrollo de la ciencia y al impulso de la educación». Y se preguntaba: «¿Entenderán los líderes políticos argentinos que necesitan desarrollar una nueva economía internacionalmente competitiva, una economía del conocimiento?»

Hace unas décadas, ocho de cada diez personas de extrema pobreza eran asiáticas. En 25 años, 460 millones de asiáticos superaron la miseria, y hacia 2015 la pobreza disminuirá un 60%, mientras que en América Latina y en Africa crecerá un 60%. Finlandia e Irlanda tuvieron crisis como la nuestra y decidieron invertir en investigación y desarrollo (I+D): los finlandeses lograron uno de los ingresos per cápita más altos (24.000 dólares) y desplazaron a Estados Unidos del ranking de los más competitivos. Los irlandeses crecieron en el último quinquenio a un promedio del diez por ciento anual, mientras que la Argentina decreció el uno por ciento. Noruega y España transitan por caminos semejantes y Suecia es el país del mundo que más invierte en I+D con relación a su PBI: casi el cuatro por ciento. Mientras que países de Asia cuadruplicaron su crecimiento en 15 años, nosotros sólo lo hicimos en 52 años (1950-2001), a pesar de ser el único país iberoamericano con tres premios Nobel en ciencias y de tener científicos muy requeridos. Un estudio indica que nuestro país «es el que más científicos de alto rango pierde en el mundo»: casi un 50% emigró.

Llamamos la atención de todos: nunca estuvimos entre los países más pobres, nuestro ingreso per cápita es de casi 3000 dólares y tenemos grandes capitales en el exterior. Pero discutimos sobre modelos a los que acusamos de cuanto nos sucede, cuando en realidad tuvimos un solo y único modelo: el que le dio la espalda al conocimiento.

La obra pública del new deal norteamericano fue un punto de partida. El gran crecimiento de Estados Unidos se dio cuando la ciencia y la técnica se aplicaron en todas sus actividades. Si la Argentina sólo exporta un siete por ciento de valor agregado, no puede crecer más de lo que venía creciendo. Lo decía Einstein: «Es una locura seguir haciendo lo mismo y esperar resultados diferentes».

Una propuesta innovadora

La Fundación Sales convocó a economistas de la Facultad de Ciencias Sociales y Económicas (UCA) y a estudiosos del Grupo Redes para realizar una propuesta de cambio que permita establecer una economía del conocimiento para crecer.

A partir de un acuerdo con nuestros acreedores, se propone destinar una fracción de los intereses de la deuda a un fideicomiso, para financiar fuertemente la I+D del sector privado y atraer nuestros capitales fugados para invertir en conocimiento. Los beneficios posibilitan un crecimiento tal que la relación entre el monto de la deuda y nuestro PBI se normalizaría en un tiempo razonable.

El momento es oportuno si, como parece, nos encaminamos hacia un Estado de derecho. Hasta leemos en estos días que retornó un tercio de los capitales fugados últimamente. Sólo falta aprovechar la inteligencia que expulsamos.

La propuesta está publicada ( www.sales.org.ar ) y puede ayudar a tomar una decisión: la de no seguir haciendo lo mismo.

© La Nación, junio 24, 2003